MARTIN (san)

cabo en el mediterráneo, provincia civil y marít. de Alicante (12 leg.), partido judicial de Denia (1 1/2), dis. trito marít. y jurisd. civil de Jabea (1/2), departamento de Cartagena (30). Sit. á los 38° 4*1″ 3o» lat. 3° 52′ 40″ long. E. del meridiano de Madrid: es menos alto que la costa en donde se levanta, de tierra cortada, con un picacho en su estremo; y por la parle del S. tiene una isla de mediana altura y estension, arrimada á tierra sucia con piedras, aunque por su parte del E. y del cabo es limpia y hondable. Dicho cabo es el meridional oriental de la ensenada de Jabea, cuya parte sept. la termina el cabo de San Antonio. Los naturales del país denominan cabo de San Martin al cabo de la Nao de los marinos; y cabos Prim y Negre, á las puntas ó cabezos que constituyen el verdadero cabo de San Martin, según la carta dispuesta por el Sr. Tolifio, correjida y adicionada por la real Dirección de Hidrografía. La altura de aquellos montes es mediana, y sobre ellos está la llanura ó plano del cabo Martin, cercado de lomas por todas partes, de modo que cuando llueve no tienen salida las aguas, sino que sumen en las entrañas del monte y forman el riach. subterráneo, visible solamente cuando sale al mar en las cercanías del cabo Negre: por el lado meridional se pisan muchas plantas sin ver campo alguno cultivado; pero muy pronto muda el suelo de aspecto al najar de las alturas hacia Jabea, donde se presentan bosques de corpulentos algarrobos con mucha leña de sobra, y entre ellos no pocos olivos con el. mismo defecto: las higueras y viñas bien cuidadas ocupan las lomas, y el resto de la tierra los sembrados. Famosas son las cuevas del cabo Martin; las principales se encuentran en la herradura que empieza en el cabo Negre: la primera presenta una abertura ó boca al E., y tiene allí unas 70 varas de diámetro; algo mayores su altura en lo interior, y la bóveda con resaltes y dientes que dejaron las peñas al caer, de las cuales se conservan enormes cantos en el piso, habiéndose llevado ó destrozado las otras el mar, que cuando se altera entra é inunda aquel recinto, que podrá tener 120 varas de profundidad. Parte del techo y toda la pared sept. de la cueva son dignas de verse por la variedad de figuras y colores que presentan : penden del techo ¡numerables cstalácticas verdes, blanquecinas y azuladas de varios tamaños , por cuyos centros destilan continuamente gotas de agua. La pared está cu- ¡ bierta de cascadas de piedra, unas agrupadas y otras en ¡ varias direcciones, semejantes á las que forman las aguas en , un invierno riguroso. Domina en ellas con varios tintes el color verde por el mucho moho que allí se cria en partes se descubre el rojizo, que es el de la tierra interpuesta entre los bancos del monte. Él brillo natural de tantas masas de alabastro cristalizado, el reflejo de la luz y á veces el sol, hacen con lo oscuro de algunas partes retiradas y cóncavas una agradable vista. Refúgianse en lo interior de la cueva multitud de palomas, que salen á bandadas apenas oyen el ruido de ios remos, escarmentadas de los cazadores que las persi guen. Otra cueva se ve algo al S. de la precedente, mucho mas alta pero menos vistosa, por no haber en ella estaláclicas ni cascadas: su cúpula y paredes quedan oscuras, y solamente brillan hasta cierta altura hasta donde alcanza la luz: la piedra es por lo común de alabastro blanco muy puro, del que hay peñas considerables en el suelo. Estas cuevas y otras mas pequeñas que hay en la costa, basta la Granadella atestiguan las pérdidas que han padecido aquellos montes, y anuncian otras que deben esperimentar. Las mismas cuevas y algunos recodos de difícil acceso que hay en aquella costa, son sitios oportunos para la caza y pesca, y á ellos han acudido en todo tiempo los aficionados : sabiendo también los corsarios argelinos, que pocas veces cautivaban á los incautos cazadores.